La filosofía mapuche es una huella más de una remota cosmogonía que no situó jamás al ser humano en el centro, sino en un lugar conjunto y compartido con las construcciones de la naturaleza y del Universo, y lo consideró capaz de descifrar esos tiempos y esos ritmos para acomodar su vida –su cultura, su civilización– a los ciclos de la existencia.
Se puede especular que se trata de una cosmogonía prediluvial, que proviene de Lemuria o de la Atlántida, que se originó en la región de Tiwanaku y es la cultura más antigua del mundo o que tuvo su origen en los altos del Tíbet, pero siempre se proyecta a una forma de pensamiento que nos supera por lo elevado de su concepción y al que la cultura actual está accediendo poco a poco y con muchísima dificultad.
Aquella antigua y elevada concepción convertía al humano en un igual con lo otro, confiriéndole por lo tanto un fuerte sentido de responsabilidad solidaria ante las fuerzas cósmicas que -de hecho- nos superan.
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