La más antigua de las religiones tibetanas es la «religión de los hombres» llamada Gcug, o chog, costumbres.
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Para la cosmogonía tibetana tradicional el mundo fue creado por los dioses celestes Phya, imaginados como las montañas del cielo. Algunos de aquellos dioses-montañas descendieron a la tierra, trayendo consigo los animales, las plantas y, probablemente, también los seres humanos. Aquella época paradisíaca, cuando los hombres vivían cerca de los dioses, había durado diez mil años.
Un demonio, encerrado bajo el noveno nivel subterráneo, logró escapar y esparció el mal sobre la tierra. Los dioses se retiraron al cielo y el mundo siguió degenerando durante cientos de miles de años. Pero algunos hombres practicaban todavía el Coug, a la espera de que la «edad de las impiedades» diera paso a un Mundo Nuevo.
En las tradiciones Bon nos encontramos con un clan, Dmu, nombre que designa a la vez una clase de dioses, los que habitan el Cielo y a los que llegan los muertos subiendo por una escala o trepando por una cuerda.
Antaño había en la Tierra una categoría de sacerdotes que pretendían poseer el poder de guiar a los difuntos al cielo, porque eran los Maestros de la Cuerda o de la escala: eran los Dmu. Esta cuerda, que unía la Tierra con el cielo y servía para la ascensión de los muertos hacia la morada celeste de los dioses Dmu.
El simbolismo de la cuerda, como el de la escala, entraña necesariamente la comunicación entre Cielo y Tierra.
Por medio de una cuerda o de una escala, los dioses descienden a la tierra y los humanos suben al cielo. Esta es una tradición arcaica y ampliamente extendida que encontramos tanto en la India como en el Tíbet. Buda desciende del cielo Trayastrinça por una escalera pueden verse, encima, a todos los Brahmalokas y, abajo, las profundidades del infierno, porque es un verdadero «Axis Mundi» (eje del mundo) erigido en el Centro del Universo. Esta escalera milagrosa aparece representada en los relieves de Bharhut y de Sanci, y en la pintura budista tibetana se la muestra sirviendo a los humanos para subir al Cielo.
La función ritual y mitológica de la cuerda se halla aún mejor comprobada en el Tíbet, especialmente en las tradiciones prebudistas. Se supone que Gya-Khri-btsan-po, primer rey del Tíbet, bajó del cielo por medio de una cuerda llamada «rmu t'ag». Esta cuerda mítica aparece también representada en las tumbas reales, señal de que los soberanos subían al Cielo después de su muerte. La comunicación entre el cielo y la tierra no estuvo, por otra parte, jamás interrumpida para las ´personas destacadas.
Y la concepción egipcia más antigua, las 'tumbas' no guardaban el cuerpo de los faraones muertos, porque éstos no morían, sino que subían al cielo.
También las montañas se asimilan a la escala o a la cuerda «mu» del primer antepasado que descendió a la tierra. Las tumbas de los reyes son llamadas «montañas». Por otra parte, las montañas sagradas (dioses del país) son consideradas «pilares del cielo» o «clavos de la tierra»; a la vez esta misma función puede ser asumida por los pilares erigidos cerca de las tumbas o e los templos. También se designa como «pilar del cielo» o «clavo de la tierra» al dios del suelo de la casa. A la «puerta del cielo» corresponden el agujero del techo por el que penetra la luz y sale el humo; a la «puerta de la tierra» corresponde el hogar.
Podemos encontrar también este simbolismo en el hombre, uno de cuyos dioses protectores llamado «dios del país» reside en lo alto de la cabeza, precisamente en el punto donde parte la cuerda «mu».
El hombre, en la medida en que es un ser espiritual, comparte una condición divina, y más en concreto la función y el destino de los dioses de estructura cósmica. Ello explica la importancia de las numerosas competiciones rituales, desde las carreras de caballos, los juegos atléticos, tiro al arco o justas oratorias. Estas competiciones tienen lugar sobre todo con ocasión del Año Nuevo. El tema esencial del argumento del Año Nuevo se refiere a la lucha entre los dioses del cielo y los demonios. La victoria de los dioses aseguraba la victoria de la vida nueva del año que comenzaba.
En la festividad tibetana del Año Nuevo (Pugna entre dioses y demonios infernales) podemos encontrar tanto influencias indias (los ciclos cósmicos que abarcan cientos de miles de años) como iraníes (el demonio que corrompe la creación). Algunos eruditos opinan que estas creencias no son anteriores a los siglos VI o VII aunque es difícil de precisar; y que tales ideas representaban un justificación del culto tributado a los reyes, justificación importada de la China Imperial.
Estas concepciones son propias de todas las culturas indoamericanas, incluídas los mayas e Inkas, así como entre los egipcios antiguos.
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